Asumido el carácter simbólico e icónico que un pabellón representante de la cultura puede alcanzar, se propone que el concepto fundamental del proyecto sea el espacio. Un lugar que sea capaz de convocar a personas, pero también fenómenos y sensaciones. Fenómenos vinculados a las estaciones del año, a las fiestas y a las exposiciones y eventos en torno a la cultura. Se busca una experimentación por parte del visitante a la hora de recorrer el pabellón mediante los materiales con los que es construido: luz, sombras, aire, transparencias, ligereza, paisaje, alteraciones, reflejos y sorpresa.
Las cualidades espaciales del pabellón se despliegan al acceder a la estructura. En su interior los espacios son irradiados por las sombras de las ramas de los árboles entre los que el pabellón encuentra acomodo, así como por los propios reflejos de su materialidad. Algo recuerda el interior del pabellón a aquellas fotografías de los zocos de Bernard Rudofsky donde un sinfín de acontecimientos suceden bajo la luz tamizada. Formalmente, el pabellón busca desmembrarse para mezclase con las copas de los árboles y ocupar el triángulo escaleno propuesto como área de intervención. La extrusión de un recorrido entre los troncos definiría bien la idea que hay detrás del proyecto, el cual trata de erizar su cubierta para fundirse con el plano de la masa arbórea.