Una plaza mayor contemporánea debería responder a una escala de sistema, que la relacionase con los demás espacios públicos de la ciudad y a una escala de sub-sistemas, que buscara dar respuestas a la suma de programas y actividades a los que una plaza actual debería responder.
La tradición de plazas mayores se corresponde, generalmente, con la estructura de un rectángulo vacío al que asoman las edificaciones que la circunscriben. Sin embardo, la plaza propuesta trata de generar un límite “líquido”, blando, que configure múltiples concavidades donde los encuentros sociales tengan cabida. Frente a una “plaza salón”, una plaza que albergue zonas de diferentes dimensiones y cualidades espaciales. Unas semi-públicas, íntimas y ajustadas, y otras públicas, abiertas y generosas en tamaño.
Desde un punto de vista estrictamente formal, la deformación de la alineación no radica en lo aleatorio, sino que responde a un detallado estudio previo del estado de conservación de las preexistencias. De este modo se evita imponer un a priori formal en el interior de la manzana objeto del concurso, sino que la línea trazada es sensiblemente adaptada a los edificios protegidos. Los radios de las circunferencias que trazan este límite liviano acogen actividades de distintas naturalezas y tratar de construir un espacio cambiante y sorprendente que abrace al ciudadano.
